Constato con algo parecido al escalofrío su insólita actitud como máximo responsable político de una potencia europea, al pronunciarse sobre una polémica local que afecta a algo tan serio como el cáncer.
Lo constato y me siento en la obligación moral de denunciarlo, convencida de que las declaraciones, como las actitudes, de los responsables políticos han de ser, por vocacion y exigencia pública, ejemplares siempre. Que una señorita (hoy señora, previo pago) enferma terminal de cáncer decida vender su agonía y muerte en beneficio de sus descendientes después de haber conocido las mieles de la fama por el morbo televisivo, es una opción personal; hasta hay quien puede considerarlo un derecho. Que un medio de comunicación pague cantidades astronómicas por ese espectáculo, es la puerta del circo del comercio con los instintos y las emociones; o sea, más de lo mismo, en la oferta del consumo mediático con escasa entidad moral. Es criticable, pero es lo que hay, y ante ello sólo podemos -y quizá debamos- apagar la tele.
Ahora bien, que todo un primer ministro del Reino Unido como usted tercie en la polémica sobre Jade Goody para apoyar a la vendedora, con el argumento de que su gesto sirve a la causa del cáncer porque conciencia a muchas mujeres para que se hagan pruebas, es un insulto a la dignidad de los pacientes y una intolerable bofetada al compromiso de millones de personas en la lucha frente al cáncer. Muestra, además, una escasísima sensibilidad hacia los miles de enfermos que en su país y en todo el mundo reclaman ayudas y mejoras sanitarias, y un desconocimiento que da vértigo sobre la realidad del cáncer y la dura rutina de los pacientes.
¿Cómo puede un jefe de gobierno de la Unión Europea vincular un lamentable circo mediático con el mensaje positivo frente al cáncer? El fin no justifica necesariamente los medios y no vale cualquier cosa para arañar migajas de solidaridad o buen juicio mal entendidos. Mire, señor Brown, sugiera a través de los canales pertinentes a la televisión pública de su país a que ofrezca a las organizaciones que en el Reino Unido luchan contra el cáncer, un pequeño porcentaje del tiempo y el espacio que en todo el paisaje mediático de su país ocupa Jade Goody sólo un pequeño porcentaje. Le aseguro, señor mío, que muchas más mujeres se irían a hacer pruebas, muchos más pacientes sentirían la solidaridad de su gente y su gobierno y muchos más ciudadanos solidarios se verían alentados en su labor de entrega a los demás.
Utilizar, siquiera indirectamente, un espectáculo como la compraventa de la muerte por cáncer como elemento positivo frente a la enfermedad no es sólo un resbalón político, sino, me temo señor Brown, la inquietante confirmación de una crisis moral en la que los primeros de la fila son los que supuestamente están encargados de resolverla.
Sandra Ibarra es actriz y presidenta de la Fundación Sandra Ibarra de Solidaridad Frente al Cáncer.
Lo constato y me siento en la obligación moral de denunciarlo, convencida de que las declaraciones, como las actitudes, de los responsables políticos han de ser, por vocacion y exigencia pública, ejemplares siempre. Que una señorita (hoy señora, previo pago) enferma terminal de cáncer decida vender su agonía y muerte en beneficio de sus descendientes después de haber conocido las mieles de la fama por el morbo televisivo, es una opción personal; hasta hay quien puede considerarlo un derecho. Que un medio de comunicación pague cantidades astronómicas por ese espectáculo, es la puerta del circo del comercio con los instintos y las emociones; o sea, más de lo mismo, en la oferta del consumo mediático con escasa entidad moral. Es criticable, pero es lo que hay, y ante ello sólo podemos -y quizá debamos- apagar la tele.
Ahora bien, que todo un primer ministro del Reino Unido como usted tercie en la polémica sobre Jade Goody para apoyar a la vendedora, con el argumento de que su gesto sirve a la causa del cáncer porque conciencia a muchas mujeres para que se hagan pruebas, es un insulto a la dignidad de los pacientes y una intolerable bofetada al compromiso de millones de personas en la lucha frente al cáncer. Muestra, además, una escasísima sensibilidad hacia los miles de enfermos que en su país y en todo el mundo reclaman ayudas y mejoras sanitarias, y un desconocimiento que da vértigo sobre la realidad del cáncer y la dura rutina de los pacientes.
¿Cómo puede un jefe de gobierno de la Unión Europea vincular un lamentable circo mediático con el mensaje positivo frente al cáncer? El fin no justifica necesariamente los medios y no vale cualquier cosa para arañar migajas de solidaridad o buen juicio mal entendidos. Mire, señor Brown, sugiera a través de los canales pertinentes a la televisión pública de su país a que ofrezca a las organizaciones que en el Reino Unido luchan contra el cáncer, un pequeño porcentaje del tiempo y el espacio que en todo el paisaje mediático de su país ocupa Jade Goody sólo un pequeño porcentaje. Le aseguro, señor mío, que muchas más mujeres se irían a hacer pruebas, muchos más pacientes sentirían la solidaridad de su gente y su gobierno y muchos más ciudadanos solidarios se verían alentados en su labor de entrega a los demás.
Utilizar, siquiera indirectamente, un espectáculo como la compraventa de la muerte por cáncer como elemento positivo frente a la enfermedad no es sólo un resbalón político, sino, me temo señor Brown, la inquietante confirmación de una crisis moral en la que los primeros de la fila son los que supuestamente están encargados de resolverla.
Sandra Ibarra es actriz y presidenta de la Fundación Sandra Ibarra de Solidaridad Frente al Cáncer.
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