martes, 16 de agosto de 2011

Sobre esta piedra

Comentario de Sánchez Dragó en El Mundo de ayer 15 de agosto.
BIENVENIDO, señor Ratzinger. ¿JMJ? ¡Jesús, María y José! Los indignados son unos siesos. Ignoran lo que es la hospitalidad y la urbanidad. Marcha laica, marcha arcaica. Lo quieren todo y lo quieren ya. No saben que las utopías generan dolor, que la sopa boba no alimenta, que el hombre es fruto de sus obras, como enseña el Evangelio, y que nada se consigue sin apencar. Tampoco saben que la izquierda es una herejía del cristianismo y que, por ello, deberían cerrar filas con él en vez de vituperarlo. Quien desde esta columna se dirige a usted, Santidad, no es creyente, no es cristiano, no va a misa, no llamará a un sacerdote el día de su muerte, duda de la historicidad de Jesús (aunque se alegra de que lo hayan inventado), no sigue sus enseñanzas, no suscribe el tópico de que todos los hombres son iguales y, por si lo dicho fuese poco, detesta las muchedumbres, cualesquiera que sea su banderín de enganche. ¿Por qué, entonces, le doy la bienvenida? ¿Es una triquiñuela irónica? No, no lo es. Me sale del alma. ¿Del alma? Pues sí. Convencido estoy de que la tengo. Esa convicción me convierte en bicho raro. No sólo ella. Lo que más me gusta del cristianismo, ¡vaya por Dios!, es lo que a tanta gente, cristiana o no, disgusta: la Iglesia y su historia. Perdono las zonas oscuras que hay en la una y en la otra. Son un mal menor y el costo inevitable del bien mayor que para la humanidad ha supuesto su existencia. En el balance y la balanza pesa mucho más la cifra del haber que la del debe. Hay que estar ciego para no verlo. El mundo, sin la Iglesia, sería, así en la ética como en la estética, en la libertad como en la justicia, en la misericordia como en la esperanza, infinitamente peor de lo que ha sido, de lo que es y de lo que será. Madrid, en los próximos días, va a llenarse de jóvenes que no pedirán limosna, no romperán escaparates ni volcarán contenedores, no emborronarán las paredes ni insultarán a los discrepantes, no jalearán a la Roja y a los rojos ni calumniarán a la Policía, no mutilarán la Cibeles ni se irán de botellón. Le agradezco, Santidad, las buenas maneras de sus seguidores, la Capilla Sixtina y el gregoriano, el Domund y el Sermón de la Montaña, Francisco de Asís, Juan de la Cruz, el colegio de curas en el que estudié… Y, sobre todo, le agradezco que se atreva a hablar del Espíritu en la era de Mammón. Es usted un bicho raro, amigo Ratzinger. Dios le guarde, aunque no exista. Ésta es su casa. Tome posesión de ella.