Hoy, 31 de diciembre Ferrer Molina publica en el Mundo la siguiente columna.
No hay dos lectores de periódico iguales. Hay quien empieza a leerlo por la última página, quien busca primero a su columnista favorito, quien va directo al horóscopo... Yo lo abro siempre por las Cartas al director. Es un rincón donde late la calle. Hay cartas literarias, cartas de protesta, cartas de denuncia, de desahogo, cartas pedantes y cartas sabias, cartas que piden una rectificación, cartas bien escritas, cartas lamentables, cartas dramáticas, cartas atroces. Muchas se detienen en asuntos que los periodistas hemos visto pasar de soslayo. Pero, sobre todo, son una voz de esperanza: la de aquellos que todavía creen en el poder del papel impreso, la de quienes confían en cambiar las cosas con unas líneas.
Mis primeros artículos fueron cartas al director.
Escribir cartas a los periódicos es una aventura. Al hacerlo, uno se siente como el náufrago que introduce su mensaje de socorro en una botella y une su suerte a la de tan frágil vehículo. Igual que para cumplir su cometido la botella necesita corrientes favorables y la fortuna de que una mano salvadora vaya a su rescate al final del trayecto, de la misma manera miles de folios y de correos electrónicos compiten a diario en un mar embravecido de papeles y pantallas de ordenador a la espera de ser, de entre todos, uno de los seleccionados. Los primeros días de espera hay en el remitente una sensación de vértigo, hasta que la carta se publica o hasta que se cae en la certeza de que nunca llegará a la rotativa.
Entiendo a los adictos a escribir cartas al periódico, y que haya también quien, en su afán, acabe enviándolas a varios medios. Se experimenta un impulso parecido al del aficionado que cruza por la planta de deportes de El Corte Inglés y no puede evitar buscar la camiseta de su equipo. Una vez en sus manos, la coloca disimuladamente la primera en el perchero para que luzca a la vista de todos.
En la sección de cartas puede uno encontrarse de todo. La izquierda quiso desacreditar a Aznar porque, cuando púber, escribió una carta al director identificándose como «revolucionario falangista». La semana pasada, los conservadores británicos descubrieron que el remitente de un puñado de cartas que elogiaban la labor de la ministra del Interior, Jacqui Smith, no era otro que su marido.
Hay auténticos profesionales de las cartas. Personas que podrían empapelar el salón de su casa con los sueltos que les han publicado, pero que seguramente guardan meticulosamente en unas carpetas para que alguien las lea cuando hayan muerto.
El escritor de cartas al director es lo que el espontáneo a las corridas de toros. Se expone a las cornadas con la ilusión de poder ligar unos capotazos antes de que le saquen de la plaza. Hay un poco de vocación frustrada, mucho amor al arte y anhelo de trascendencia. En definitiva, tanto o más que lo que pensamos y sentimos, somos lo que escribimos.
Sr. director:
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