domingo, 19 de octubre de 2008

Un mal remedio, tanto científico como ético

Antonio Pardo profesor de Bioética de la Universidad de Navarra. Ha publicado hoy, 18 de octubre este artículo en El Mundo.
La noticia del nacimiento del bebé medicamento plantea algunos problemas de tipo técnico que permiten un juicio inicial desde el punto de vista ético: la eficacia del procedimiento es bajísima y, sin embargo, se ofrece como un tratamiento eficaz y probado. La obtención de múltiples óvulos de la madre va ligada a su mayor inmadurez, con subsiguientes posibles problemas para la salud del hijo. Asimismo, la biopsia de dos células del embrión para hacer los análisis pertinentes no es inocua, y tampoco lo es el tiempo de cultivo artificial necesario mientras las posibilidades de enfermedades congénitas ligadas a la impronta (una cuestión de tipo epigenético), que no tienen tratamiento. Y además no es seguro que, a pesar del proceso de selección, el recién nacido vaya a ser compatible con su hermano, de modo que se pueda realizar el trasplante de médula sin problemas.
Otras cuestiones, no tan técnicas, también plantean problemas éticos, como el hecho de que la selección del posible donante se hace a costa de las vidas de sus hermanos. Por mucho que se hable solamente de "embriones", y que se esquive la palabra persona, son seres humanos en estado embrionario: muy jóvenes, pero hermanos del seleccionado. En ellos, la ausencia de una cualidad física (la compatibilidad con su hermano) los discrimina. Y esa discriminación entre pacientes es una clásica cuestión de mala práctica médica: en las Declaraciones internacionales se suele hablar de motivos de raza, sexo, etcétera. La cualidad física de la compatibilidad entra claramente dentro de esas categorías de causa inaceptable de discriminación.
Por otra parte, estamos acostumbrados a considerar que no se deben emprender acciones médicas que causen daño a los pacientes. Por desgracia, solemos entender el daño sólo en un aspecto físico o material. No contamos con otro tipo de daño, que tendemos a clasificar como psicológico, pero que es mucho más profundo que en ocasiones, pues afecta a la propia identidad personal. Así, en este caso, cuando los niños nacidos parra ser medicamentos crezcan, se plantearán, antes o después, que han sido concebidos como mero medio para curar a su hermano. Probablemente, después de concebidos, hayan sido objeto del amor y atención de sus padres; pero el problema existencial que se deja planteado es enorme, y de mala solución.
Detrás de este asunto hay una especia de epidemia de optimismo entre la clase médica, que considera la fecundación in vitro y técnicas derivadas (como la selección de embriones) como algo consagrado en Medicina. Los datos reales, aunque poco aireados, son muy distintos. De por sí, la simple fecundación in vitro tiene un porcentaje de éxitos paupérrimo: sólo una de cada cuatro parejas que acude a ella sale con un niño en los brazos. Además, si a esta técnica le sumamos la manipulación del embrión para hacer la biopsia y el análisis pertinente, las cifras caen más todavía.
Pienso que, en este tipo de intervención, se da una mezcla de admiración por el logro científico, y de pasión por dominar la vida que comienza, que provoca que los médicos se entreguen, con una compasión mal entendida, a la práctica de la selección embrionaria casi como única salida, descuidando la investigación y aplicación de otros posibles remedios para las parejas que tienen un hijo con enfermedades de este tipo.

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