He leído, con muchas ganas, el último libro del poeta Galduriense Manuel Ruiz Amezcua "Una verdad extraña". Copio la contraportada del libro. En el estudio que Antonio
Muñoz Molina ha puesto al frente de esta edición de "Una verdad extraña" señala los registros y las entonaciones que han definido a lo largo de estos años el trabajo de Manuel
Ruiz Amezcua. Más que cambiar, lo que ha hecho ha sido depurar los impulsos dominantes de la escritura, el de la soledad reflexiva, el del
estusiasmo o desengaño amoroso, el de la memoria de la infancia, el de un cierto
hermetismo en la busca de los límites de la expresión y del conocimiento:
intuyo que se trata de un impulso de moción y búsqueda apasionada y otra de retirada y desengaño, que al fin y al cabo son los impulsos que nos mueven a todos, pero que en la poesía de
Ruiz Amezcua alcanza como una fanática clarividencia, una nitidez de
yuxtaposición cegadora entre la oscuridad y la luz, entre los dones y los venenos de la cultura y los de la memoria. Toda la obra de
Ruiz Amezcua está atravesada por esa dialéctica de los extremos, por el doble impulso del ensimismamiento y la ofrenda, de la
huida a la búsqueda, del desengaño y del fervor.
Un poeta de rigor técnico en el trabajo literario, impermeable a la moda y a la convivencia, raro e insular, pero dueño de una voz y una obra poética que deben ocupar cuanto antes el sitio que les corresponde en el repertorio público de nuestra literatura.
Por su parte, en el trabajo que cierra este volumen, José Francisco Ruiz Casanova señala la actitud de Ruiz Amezcua respecto de la escritura : esa moral a la sumisión que no es -o no únicamente es- una actitud civil, sino, también estética en este poeta singular del que Ediciones Octaedro publica toda su poesía editada hasta la fecha.
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