jueves, 1 de mayo de 2008

Amor a la Cruz

El pasado 8 de septiembre de 2007, participé como ponente en las II Jornadas de Formación de la Misericordia, que se celebraron en Jódar. Pronuncié una conferencia titulada "Amor a la Cruz". Al poco tiempo la hermandad me pidió un extracto de la misma, que me han publicado en la revista "Misericordia 2008"

Entre otras, hay dos citas fundamentales en el Evangelio en las que el Señor que habla de la cruz: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.” (Lucas 9,23) “Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.” (Mateo 28,30)
Cristo nos da ejemplo agarrando Él primero la Cruz. Y para imitarle nos puede ayudar contemplar la Humanidad Santísima de Jesucristo. Él era hombre igual que nosotros, pero sin dejar de ser Dios. Cristo padecía hambre, sed, lloraba, se cansaba, etc.
En el Románico, la mayoría de los crucificados, representa a Cristo Rey. Más tarde, en los siglos XV-XVI y siguientes, las imágenes de los crucificados reflejan la Humanidad Santísima, Cristo que sufre en la cruz, no como rey, sino como hombre. En el siglo de Oro tenemos este soneto que nos puede servir como ejemplo:

“No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera”. [1]

Acarrear la cruz cuesta, pero tenemos el ejemplo del Señor, a Él le costaba llevar la cruz por las calles de Jerusalén. “Hay en el ambiente una especie de miedo a la cruz, a la cruz del Señor. Y es que han empezado a llamar cruces a todas las cosas desagradables que suceden en la vida, y no saben llevarlas con sentido de hijos de Dios, con visión sobrenatural. ¡Hasta quitan las cruces que plantaron nuestros abuelos en los caminos!”. [2] Pero para llegar a la santidad es necesario encontrar y llevar la cruz. Lope de Vega dice:

“Sin cruz, no hay gloria ninguna
ni con cruz, eterno llanto;
santidad y cruz es una;
no hay cruz que no tenga santo,
ni santo sin cruz alguna.”[3]

Y Santa Rosa de Lima afirma: “Fuera de la cruz no hay otra escala por donde subir al cielo.”

Hay dos formas de llevar la cruz, que todos tenemos. Porque algo debe de quedar claro, todo el mundo tiene su cruz, más grande o más pequeña, pero cruz. A. Con alegría. Porque la alegría tiene sus raíces en forma de cruz. B. Con mala cara y asqueado.
Santa Teresa de Jesús, que ella sabía mucho de cruces, nos recuerda:

“En la Cruz está la vida y el consuelo,
y ella sóla es el camino para el cielo...
Toma, alma mía, la Cruz, con gran consuelo,
que ella es el camino para el cielo”.[4]

San Josemaría escribe:”Tener la Cruz, es tener la alegría: ¡es tener a Ti, Señor![5] Por lo tanto, tenemos que aceptar la cruz que nos mande el Señor: muerte de un ser querido, una enfermedad, un problema económico o laboral, una contrariedad, una humillación, una incomprensión, etc. E incluso, buscar nosotros nuestra propia cruz: pequeñas mortificaciones, guarda de los sentidos, curiosidad, quejas, la lengua, etc.
“¡Qué hermosas esas cruces en el centro de los montes, en lo alto de los grandes monumentos, en el pináculo de las catedrales!... Pero la Cruz hay que insertarla
también en las entrañas del mundo. Jesús quiere ser levantando en alto, ahí: en el ruido de las fábricas y de los talleres, en el silencio de las bibliotecas, en el fragor de las calles, en la quietud de los campos, en la intimidad de las familias, en las asambleas, en los estadios… Allí donde un cristiano gaste su vida honradamente, debe poner con su amor la Cruz de Cristo, que atrae a Sí todas las cosas”.[6]
¿Cómo hacer para que Cristo triunfe en nuestros quehaceres ordinarios? “Antes de empezar a trabajar, pon sobre tu mesa o junto a los útiles de tu labor, un crucifijo. De cuando en cuando, échale una mirada… Cuando llegue la fatiga, los ojos se te irán hacia Jesús, y hallarás nueva fuerza para proseguir en tu empeño”.[7]
Porque nos hemos dado cuenta de la importancia de la cruz en nuestras vidas, podemos imitar a tres personajes que aparecen en la pasión del Señor. De los tres podemos aprender algo. Dos de los personajes buscan al Señor, el tercero se encuentra con Cristo, y con la cruz, por casualidad.
La Verónica sale al encuentro de Jesús, no tiene respetos humanos, hace un acto de amor a Cristo al limpiarle el rostro. Es un ejemplo de virtudes para los demás: amabilidad, serenidad, paz, paciencia, respeto, cortesía, cariño, etc. ¿Nosotros damos ejemplo de cristianismo? ¿Tenemos respetos humanos? ¿Tenemos miedo al qué dirán de nuestro comportamiento como cristianos? La Verónica no tuvo ningún respeto y se acercó al señor, a cambio Él le miró con su mirada amabilísima.
A Simón de Cirene le fuerzan a que lleve la cruz del Señor, él pone al principio una resistencia, él pasaba por allí. No está dispuesto a llevar una cruz ajena. Después descubre lo que es compartir la cruz con el Señor. También descubre la mirada de agradecimiento de Cristo. ¿Nosotros compartimos la cruz? ¿Ayudamos a otros con su cruz? ¿Acudimos cuando nos faltan las fuerzas al Señor que está en la cruz?
El encuentro de María con la Cruz es silencioso. Madre e Hijo vierten el uno en el otro su propio dolor. Nadie se fija, María, en ese instante, recuerda la profecía de Simeón.
Y estando Cristo clavado en la Cruz, Dimas, el buen ladrón, le roba el corazón y el cielo. “Acuérdate de mí… ”. Decía Juan Ramón Jiménez que le había robado el cielo en el último momento.
En la cruz, el Señor nos da lecciones de amor, muriendo por nosotros; paciencia, perdonando a los que lo insultan; humildad, el mismo Dios se somete a los hombres; obediencia, hace la voluntad del Padre; desprendimiento, siendo Dios vive y muere pobre, etc.
La cruz está muy relacionada con la Eucaristía. La Santa Misa es el sacrificio incruento de la cruz. El que venera la cruz venera la Eucaristía.
Ejemplo de todo lo anterior es la oración al Cristo de la Misericordia:

Adórote, Jesús amante mío
Por mí crucificado fieramente;
Acúsome de ser yo el delincuente,
Más no de clemencia desconfío.
Tu sangre más que el agua de un río,
Vale para lavar al penitente
Que de haberte ofendido se arrepiente,
Lamentando su loco desvarío.
Lávame con la sangre sacrosanta
Que vertieron tus llagas por el suelo;
Válgame de la Virgen el consuelo
Que dístemes por Madre pía y santa.
Sea tu Cruz mi insignia y mi modelo,
Señal de viva fe que al diablo espanta. Amén

[1] Soneto anónimo
[2] San Josemaría Escrivá. Via Crucis.Ediciones Rialp S.A. 1981, p. 37
[3] Lope de Vega. Rimas Sacras. BAE, Vol. 35, p.337
[4] Santa Teresa de Jesús. Obras Completas Poesías. Aguilar. Madrid. P.762 s.
[5] San Josemaría. Forja 766. Ediaciones Rialp S.A. 1976.
[6] San Josemaría Escrivá. Via Crucis.Ediciones Rialp S.A. 1981, p. 108
[7] Ídem. P.109

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