En los dos últimos años se fue apagando poco a poco: dejó de caminar; le tenía que ayudar a comer; no controlaba los esfínteres; no conocía a nadie, a mí me decía que era su padre o su primo; tenía que vestirla; ducharla, acostarla; etc.
Los últimos 30 días han sido los peores, porque ha permanecido encamada, no ingería alimentos sólidos, no hablaba, etc. El día que falleció, por la mañana fui al hospital de Úbeda y la nutricionista me dijo que tendríamos que sondearla para que comiera. Gracias a Dios, no lo tuvieron que hacer, porque falleció antes.
Cuando estaba enferma, y los que estaban a mi alrededor me sugerían que la ingresara en un centro para enfermos de Alhzeimer, me emocionaba y lloraba, les decía que no, porque yo era incapaz de dar ese paso. Ahora me alegro, porque me queda la satisfacción de haber intentado hacerlo lo mejor posible con ella.
Desde que falleció, me he sentido muy acompañado, he comprobado quiénes son de verdad mi familia y mis amigos.