El domingo asistí a la primera comunión de un pariente. Hacía muchos años que no participaba en esta clase de ceremonias, porque la vida es muy complicada.
Alrededor de 20 niños y niñas eran los anfitriones de la fiesta. La verdad, es que yo esperaba que hubiera más ruido en el templo, pero no, la gente supo comportarse.
El celebrante, un sacerdote joven, se notaba que conocía a los niños que estaban en el altar, los llamaba a cada uno por su nombre.
A lo largo de la ceremonia, se veía claramente que los niños eran los protagonistas.
La homilía muy breve, el sacerdote les habló de la importancia de ser cristiano y de ser felices. Les decía a los niños y niñas que cuanto más cerca estuvieran del Señor, más felices y buenos cristianos serían.
Y para acabar la homilía, les hizo una pregunta retórica a los padres: -¿Esta será la primera y última comunión de vuestros hijos? Me parece que con la pregunta, el joven sacerdote, dio en el clavo.
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