Soy uno de los mil y pico de personas de Jaén, que ayer asistieron a la beatificación de Álvaro del Portillo en Madrid.
A las doce en punto, empezó la ceremonia presidida por el cardenal Ángelo Amato, prefecto de la congregación para las causas de los santos.
Podría destacar muchas cosas de las que aprecié a lo largo de las dos horas y media que duró el acto: Mensaje del papa Francisco al prelado del Opus Dei; la cantidad de obispos y cardenales que asistieron a la ceremonia, 100 0bispos y 20 cardenales; los sacerdotes que distribuyeron la comunión; el número de voluntarios, alrededor de 3500; la organización del acto; el buen tiempo, etc.
Pero lo que más me chocó fueron dos hechos. El primero, la piedad de las más de 200.000 personas que había en Valdebebas. No se oía nada, sólo las respuestas y los cantos de la ceremonia. La segunda, los diferentes idiomas que oía a mi alrededor, antes y después de la misa: inglés, portugués, alemán, japonés, chino, francés, finés, italiano, ruso, etc.
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